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Atropos
Federico Betti






A todas las personas que no pueden esperar a leer estas historias.


El hombre descendiГѓВі del autobГѓВєs 19 en la plaza Bracci, en San Lazzaro di Savena, llegГѓВі hasta el quiosco, comprГѓВі un ejemplar de Il Resto del Carlno y comenzГѓВі a hojear las pГѓВЎginas.

Se sentГѓВі en uno de los bancos que habГѓВ­a en los laterales de la plaza para leer el periГѓВіdico y no encontrГѓВі ninguna noticia interesante: las primeras pГѓВЎginas estaban se ocupaban de los sucesos mientras que en el interior estaban aquellas dedicadas a la economГѓВ­a, ademГѓВЎs de las pГѓВЎginas locales con noticias relativas a la comarca boloГѓВ±esa, a la ciudad y a toda la provincia.

EchГѓВі una ojeada incluso a los anuncios publicitarios sin encontrar ninguno interesante.

DoblГѓВі el periГѓВіdico y, mientras lo mantenГѓВ­a debajo del brazo, se dirigiГѓВі, desplazГѓВЎndose por la vГѓВ­a Emilia, en direcciГѓВіn a ГѓВЌmola.

LlegГѓВі a la entrada del banco en el cruce con la vГѓВ­a Jussi, unos cientos de metros mГѓВЎs adelante, empujГѓВі la pesada puerta principal de metal, despuГѓВ©s la segunda, y entrГѓВі.

A aquella hora de la maГѓВ±ana habГѓВ­a muy pocos clientes y a los pocos minutos de llegar consiguiГѓВі presentarse en la primera ventanilla que quedГѓВі libre de las tres que estaban abiertas en ese momento.

“Buenos días”, lo saludó la empleada, “¿en qué puedo ayudarle?”

“Querría hablar con el director, si no está ocupado.”

“Como desee. ¿Tiene algún problema?” preguntó la mujer de la que emanaba un perfume afrutado tan fuerte que resultaba nauseabundo.

“No, no se preocupe. Pensaba solamente en la mejor manera de invertir y querría hablar con él, o con ella en el caso de que sea una mujer, para poder tomar una decisión.”

“Para estas cosas tiene a su disposición nuestros asesores financieros. Creo que usted podría hablar tranquilamente con uno de ellos: son todas personas muy capaces. A menos que usted desee expresamente intercambiar unas palabras con el director o tenga motivos muy particulares para hacerlo” explicó la mujer.

“Quiero hablar expresamente con el director.”


1

Aquel dГѓВ­a, Davide Pagliarini volvГѓВ­a del gimnasio donde pasaba una o dos horas todas las tardes de la semana, excluido el fin de semana.

VivГѓВ­a solo, en un edificio de apartamentos de vГѓВ­a Venecia en San Lazzaro de Savena.

HabГѓВ­a tomado aquella decisiГѓВіn despuГѓВ©s de un aГѓВ±o de noviazgo y de convivencia con su compaГѓВ±era. De comГѓВєn acuerdo habГѓВ­an dicho basta, no habrГѓВ­an podido vivir juntos para siempre porque, contrariamente a lo que habГѓВ­an pensado al comienzo, parecГѓВ­a que no estaban hechos el uno para el otro.

Ritmos de vida y puntos de vista demasiado diferentes con respecto a como se desenvolvГѓВ­a la jornada y el uso de los recursos monetarios.

Finalmente habГѓВ­an acertado al separarse y que cada uno recorriese su propio camino.

LlegГѓВі delante del portalГѓВіn del edificio, subiГѓВі las escaleras y entrГѓВі en casa.

Su apartamento estaba en el primer piso de un edificio no demasiado alto e inmerso en medio del verdor de un jardГѓВ­n privado con plantas y ГѓВЎrboles de distintas especies y un seto que delimitaba la propiedad.

TenГѓВ­a al menos tres ventajas: la sombra que producГѓВ­an los ГѓВЎrboles, que significaba un refugio a las altas temperaturas del verano, un toque de seГѓВ±orГѓВ­o al edificio y el hecho de que difГѓВ­cilmente una construcciГѓВіn con jardГѓВ­n en su interior atraГѓВ­a a los encargados de la distribuciГѓВіn de publicidad.

Apoyada en el suelo estaba la bolsa de deportes que usaba en el gimnasio y que contenГѓВ­a, por lo general, una muda de ropa y todo lo necesario para la ducha, la abriГѓВі, y la preparГѓВі para el dГѓВ­a siguiente, despuГѓВ©s decidiГѓВі leer un poco.

Le gustaban las novelas de aventuras de autores como Clive Cussler, aunque hasta hacГѓВ­a unos meses habГѓВ­a incluso leГѓВ­do thriller y, en general, historias repletas de suspense pero, despuГѓВ©s del accidente de trГѓВЎfico en el que se habГѓВ­a visto envuelto, habГѓВ­a decidido que estas las dejarГѓВ­a apartadas de manera indefinida.

HabГѓВ­a sido culpa suya, esto era innegable, y no podГѓВ­a perdonГѓВЎrselo: aquel acontecimiento, seguramente, habГѓВ­a dejado una impronta en su cerebro.

Intentaba por todos los medios no pensar en ello, y a menudo lo conseguГѓВ­a pero, cuando menos se lo esperaba, volvГѓВ­a a atenazarlo aquel recuerdo.

Si tan sГѓВіlo no hubiese tomado aquella pastillaГўВЂВ¦

Le había atraído la novedad. Le habían dicho “Verás cómo te sentirás. Te hará llegar hasta las estrellas. Pruébala: te la puedo dejar con descuento.”

AsГѓВ­ que la habГѓВ­a probado, diciГѓВ©ndose, sin embargo, que no lo volverГѓВ­a a hacer jamГѓВЎs. Era sГѓВіlo por curiosidad, por comprender quГѓВ© se sentГѓВ­a con aquellas cosas.

ReciГѓВ©n salido de la discoteca, donde iba de vez en cuando para pasar un sГѓВЎbado distinto del habitual y con la esperanza de encontrar quizГѓВЎs personas nuevas, que habrГѓВ­an podido convertirse en amigos, o incluso una posible alma gemela, si bien sabГѓВ­a que serГѓВ­a necesario demasiado tiempo para instaurar una relaciГѓВіn de ese tipo, habГѓВ­a montado en su coche y se habГѓВ­a preparado para regresar a casa.

Desde de la ingesta de aquella pastilla efervescente (bebe algo, le habГѓВ­an aconsejado) habГѓВ­a transcurrido al menos una hora y, cuando Davide estaba sobre la carretera de circunvalaciГѓВіn de Bolonia en direcciГѓВіn hacia casa, comenzГѓВі a entusiasmarse, a sentirse eufГѓВіrico. PisГѓВі a fondo el pedal del acelerador porque sentГѓВ­a la necesidad de descargar todo el entusiasmo de alguna manera y el resultado fue el esperado, pero no habГѓВ­a considerado la posibilidad de imprevistos debido a una excesiva velocidad.

Se dio cuenta demasiado tarde del muchachito que estaba atravesando la carretera, sobre el paso de cebra, y le dio de pleno sobre el costado izquierdo tirГѓВЎndolo al suelo y llevГѓВЎndoselo por delante durante un centenar de metros.

No se habГѓВ­a dado cuenta que estaban presentes sus padres y habГѓВ­a huido sin pararse, con el cuerpo a tope de adrenalina.

Cada vez que recordaba aquel episodio, Davide Pagliarini cerraba los ojos con la esperanza de expulsar aquellos recuerdos insoportables y a menudo lo conseguГѓВ­a, pero no siempre.

Cuando se dio cuenta que era casi la hora de la cena, cerrГѓВі la novela que estaba leyendo en ese momento, volviГѓВ©ndola a poner sobre la mesita del salГѓВіn, y se preparГѓВі un plato de pasta.

La noche transcurriГѓВі tranquilamente y antes de la medianoche estaba ya durmiendo.


2

Mientras se despertaba por la maГѓВ±ana temprano para conseguir desayunar con un poco de calma antes de ir al trabajo, Stefano Zamagni no pensaba que aquella jornada iba a ser tan insoportable. Primero se duchГѓВі, despuГѓВ©s se preparГѓВі una taza de cafГѓВ©, que acompaГѓВ±ГѓВі con algunas rebanadas de pan tostado, despuГѓВ©s saliГѓВі.

LlegГѓВі a la Central de PolicГѓВ­a a las 8:30, despuГѓВ©s de media hora de carretera en medio del trГѓВЎfico de vГѓВ­a Emilia en el tramo que conecta San Lazzaro de Savena, donde vivГѓВ­a, con Bolonia.

Odiaba las aglomeraciones en la carretera, sobre todo si son producidas por una masa de personas con prisas por llegar al trabajo.

¿Por qué no salen un poco antes?, se preguntaba de vez en cuando, pero sin encontrar nunca una respuesta lógica.

LlegГѓВі a la oficina, sobre su escritorio lo esperaban algunos mensajes, algunos de ellos escritos por ГѓВ©l la tarde anterior, como recordatorio.

Los leyГѓВі rГѓВЎpidamente, a continuaciГѓВіn los tirГѓВі a la papelera.

“¿Qué tal, inspector?”, le preguntó un agente que pasaba por allí.

“Bien, gracias”, respondió cordialmente. “¿Y usted? ¿Va todo bien?”

“Sí, gracias.”

“Perfecto. Le deseo una buena jornada, y esperemos que sea tranquila hasta la tarde.”

“Esperemos”, dijo el agente, marchándose.

Unos cuantos minutos despuГѓВ©s el capitГѓВЎn de la SecciГѓВіn de Homicidios se presentГѓВі en la oficina de Zamagni y, por la cara que traГѓВ­a, no era una visita de cortesГѓВ­a

“Buenos días Zamagni, le necesito”, dijo sin más preámbulos.

“¿Me debo preparar para lo peor?”, preguntó el inspector.

“Espero que no sea nada complicado, pero lo que sé es que será desagradable. Hemos recibido una llamada de una persona que dice que ha llegado a casa de su hija y que la ha encontrado sin vida.”

“Hubiera preferido comenzar el día de otra manera.”, dijo Zamagni, “¿Se sabe algo más? Quiero decir, con respecto a esta persona que ha llamado.”

“La señora ha dicho que había llegado a casa de su hija y que ésta no abría la puerta a pesar de que había tocado unas cuantas veces al timbre, así que la señora, que parece ser que tiene las llaves del piso, volvió a su casa, cogió las llaves y, cuando ha abierto la puerta, la ha encontrada tirada en el suelo de la sala de estar.”

“Comprendo.”, dijo Zamagni y, después de una pequeña pausa, añadió: “¿Por qué debería ser un homicidio? ¿No puede haber muerto por causas naturales? ¿Por un accidente?”

“No lo sé,” respondió el capitán. “Creo que lo mejor será ir hasta el lugar e intentar comprender algo sobre lo que ha ocurrido… La señora que ha telefoneado está esperando nuestra llegada y le he dicho que debe permanecer a disposición para cualquier cosa que necesitemos.”

“De acuerdo,” asintió Zamagni, “Ahora mismo voy a ver.”



La muchacha estaba todavГѓВ­a en la posiciГѓВіn en que la habГѓВ­a encontrado la madre, tirada por el suelo.

“No he tocado nada, se lo puedo asegurar,” dijo la señora después de que le mostrasen la placa de la policía, como para disculparse por cualquier cosa que hubiera podido hacer.

“Lo ha hecho muy bien,” le respondió Zamagni. “¿Me puede decir su nombre?”

“Chiara. Chiara Balzani,” se presentó. “Ella es mi hija” añadió volviéndose hacia el cuerpo de la muchacha, como si estuviese todavía viva.

“Entiendo. ¿Me podría decir también el nombre de su hija, si es tan amable?”

“Oh,… claro, me debe perdonar. Estoy todavía conmocionada por todo lo que ha sucedido. Se llama… se llamaba…. Lucia Mistroni.”

“Muchas gracias.”, dijo Zamagni, a continuación añadió: “¿Puedo saber el motivo por el cual no ha dudado en llamar a la policía? Me explico, la muerte podría haber sido debido a un infarto o alguna otra causa natural, ¿no?”. Y volviéndose al agente Marco Finocchi que lo acompañaba: “Señalicemos cada cosa.” El agente asintió.

“Su pregunta es perfectamente normal, parece ser que mi hija, desde hacia un tiempo, estuviese recibiendo llamadas amenazantes. Por esto he pensado enseguida en una muerte no natural, y entonces les he llamado.”

“¿Llamadas amenazantes? ¿Se sabe de quién eran estas llamadas?”

“No, aunque siempre he tenido la duda, o la convicción, si lo prefiere, e incluso era lo mismo que pensaba mi hija, que quien la llamaba era su ex novio.”, explicó la mujer. “Su relación había terminado de manera bastante desagradable, se habían peleado. En los últimos momentos de su noviazgo se peleaban a menudo.”

“Entiendo.”, sintió Zamagni, “Necesito saber todo sobre su hija. Su edad, en qué trabajaba, sus aficiones, las direcciones y nombres de sus amigos. ¿Y su ex novio? ¿Me sabría decir su nombre? Cualquier información que usted sepa sobre él. Y… otra cosa: ¿actualmente su hija estaba casada? ¿Estaba prometida? ¿Estaba soltera? Entienda, no podemos dejar de lado ninguna pista.”

“Por lo que se, Lucia no estaba con nadie.”

El inspector hizo una pequeГѓВ±a pausa para mirar alrededor.

El piso, en la primera planta de un edificio de nueva construcciГѓВіn en la periferia de Bolonia, tenГѓВ­a un aspecto seГѓВ±orial, moderno, con un mobiliario demasiado minimalista y combinado con buen gusto. En las ventanas no habГѓВ­a cortinas y, durante el dГѓВ­a, la luz del sol iluminaba perfectamente cada rincГѓВіn.

“¿El piso era propiedad de su hija?”, preguntó el agente Finocchi.

“Sí, claro.” A la señora Balzani parecía que esta pregunta le resultaba superflua.

El piso habГѓВ­a sido pagado completamente por la hija, habГѓВ­a explicado la madre.

Y tambiГѓВ©n habГѓВ­a explicado que Lucia Mistroni cumplГѓВ­a una funciГѓВіn muy importante en la empresa donde trabajaba, aunque la hija nunca habГѓВ­a especificado bien en quГѓВ© consistГѓВ­a su trabajo.

“¿Y bien? ¿Nos puede decir el nombre del ex novio de su hija?”, preguntó Zamagni.

“Sí, excusadme.”, dijo la señora Balzani. “La persona que buscáis se llama Paolo Carnevali. Si no se ha mudado vivía en vía Cracovia, al lado del Parque de los Cedros, en el número… 10, creo”.

“Perfecto. Por ahora nada más señora, muchas gracias. Recuerde que en el caso de que pueda darnos más información esta podría ser útil para la investigación. Y otra cosa: la Policía Científica deberá comprobar cada centímetro de este piso, con la esperanza de que esto pueda servir para encontrar al culpable de este crimen, por lo que en los próximos días le será totalmente imposible entrar aquí. Enseguida pondremos los precintos.”

La seГѓВ±ora asintiГѓВі, comprensiva.

“Haré todo lo posible por encontrar al asesino.”

Se fueron y, ya de nuevo en la calle, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a las oficinas de la Central.


3

No era gran cosa, pero quizГѓВЎs habГѓВ­an encontrado una pista que seguir, en espera de los resultados de los anГѓВЎlisis del piso de Lucia Mistroni.

Sobre la hora de la comida, el inspector Zamagni, acompaГѓВ±ado por Marco Finocchi, se presentГѓВі en el portal nГѓВєmero 10 de vГѓВ­a Cracovia, para hablar con Paolo Carnevali.

Tocaron el timbre sin que respondiesen, esperaron algunos minutos y no consiguieron entrar en el edificio hasta que llegГѓВі una seГѓВ±ora anciana que volvГѓВ­a de dar un paseo con el perro.

“¿Podemos entrar, señora?”, preguntó Zamagni.

“No se permiten los vendedores ambulantes, lo siento. Así que, si sois de esos, podéis ahorraros el esfuerzo e ir a otro sitio.”

“Estamos buscando al señor Carnevali. ¿Lo conoce?”

“¿Quién lo busca?”, quería saber la señora, probablemente reacia a relacionarse con los desconocidos.

“Necesitamos hablar con él. No es nuestra intención molestarle ni hacerle daño,” explicó el inspector mostrando su identificación.

“¡Madre de Dios…!”, fue la reacción de la anciana. “¿Qué desaguisado ha hecho el muchacho? Parece una buena persona.”

“No se preocupe,” la tranquilizó el agente Finocchi, “sólo queremos hablar con él.”

“De todas formas creo que a esta hora está trabajando”, explicó la señora.

“¿Cuándo lo podríamos encontrar? ¿Sabe a qué hora volverá?”

“A no ser que tenga algún compromiso personal después del trabajo, por lo general me lo encuentro entre las 18 y las 18:15 todos los días de la semana. Salgo con Toby para el paseo de la tarde y, cuando vuelvo, él está aparcando o subiendo las escaleras.”

“¿Sabría decirme qué automóvil tiene el señor Carnevali?”

No entendГѓВ­a de esas cosas, explicГѓВі la seГѓВ±ora, porque no era una experta en automГѓВіviles. Los ГѓВєnicos medios de transporte que conocГѓВ­a bien eran los autobuses, que los usaba para ir desde casa hasta el centro de la ciudad el domingo despuГѓВ©s de comer.

“Se lo agradezco igualmente, señora,” dijo Zamagni, “Volveremos por aquí esta tarde.”

Los dos se despidieron de la seГѓВ±ora y de Toby, que no la habrГѓВ­a seguido a no ser que cualquiera de los dos lo hubiese acariciado, y regresaron al auto en que habГѓВ­an llegado.

No tenГѓВ­a ningГѓВєn sentido esperar tantas horas la llegada de Paolo Carnevali, asГѓВ­ que decidieron que irГѓВ­an a la ComisarГѓВ­a de PolicГѓВ­a y Zamagni aprovecharГѓВ­a para escuchar las posibles novedades de la CientГѓВ­fica y del patГѓВіlogo al que se le habГѓВ­a encargado la autopsia.

Sus padres estaban realmente felices con ГѓВ©l, lo veГѓВ­an contento, y se mostraban orgullosos incluso con los parientes y los amigos de la familia.

AdemГѓВЎs de ir al colegio, hace algo ГѓВєtil y remunerativo, aunque fuese poco lo que podГѓВ­a reunir.

No era mucho, pero para un chaval que estudia siempre es mejor que nada.

Era asГѓВ­ como hablaban sobre el trabajillo que habГѓВ­a encontrado su hijo.

No es el ГѓВєnico, de esta forma ha conocido otros chavales de su edad con quienes, a veces, sale a pasear, se encuentran en los jardines Margherita o en la Plaza Mayor el sГѓВЎbado despuГѓВ©s de comer, se divierten, y a veces se va a cenar fuera con ellos.

Con el poco dinero que gana se lo puede permitir sin que nosotros le demos ni un euro.

Era un trabajo fácil, se trataba sólo de repartir publicidad. ¿Quién no sabría hacer un trabajo semejante? Sólo hacía falta distribuir los panfletos publicitarios por todas partes. En los edificios, en los lugares públicos o en la calle, y nada más. No le pedían nada más, ninguna obligación.

FГѓВЎcil, tan fГѓВЎcil como beber un vaso de agua.

Y era aquello lo que hacГѓВ­a cada dГѓВ­a despuГѓВ©s de comer, una hora o al mГѓВЎximo dos al dГѓВ­a, sГѓВіlo en los dГѓВ­as entre semana, despuГѓВ©s de haber ido a la escuela y haber terminado los deberes. El fin de semana reposaba, se divertГѓВ­a y gastarГѓВ­a una parte mГѓВ­nima del dinero ganado: como muchacho diligente que era, habГѓВ­a llegado a un acuerdo con sus padres para que se quedasen la mitad; ahora que tenГѓВ­a la posibilidad, querГѓВ­a contribuir en lo que podГѓВ­a con los gastos de la casa.

Continuaba de esta manera con su trabajo, con la tГѓВ­pica frivolidad de su edad, sin preguntarse ni siquiera quГѓВ© clase de publicidad era.


4



La tarde del mismo dГѓВ­a, a las 18:30, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a vГѓВ­a Cracovia para hablar con Paolo Carnevali.

Tocaron el timbre y despuГѓВ©s de algunos minutos entraron en su apartamento.

“Me han avisado hace un rato de vuestra llegada,” explicó el hombre. “Os estaba esperando. Poneos cómodos en la sala.”

Se sentaron a una mesa rectangular de medianas dimensiones y, despuГѓВ©s de las presentaciones, Zamagni comenzГѓВі a hablar.

“Nos debe perdonar por la hora. No sé si está habituado a cenar pronto, de todas formas no tardaremos mucho.”

“No se deben preocupar,” respondió Carnevali. “Ante todo me gustaría saber el motivo de vuestra visita.”

“Querríamos que nos hablase de Lucia Mistroni.”

“¿Qué ha hecho? ¿Le ha sucedido algo?”

ParecГѓВ­a que no supiese nada de lo que le habГѓВ­a ocurrido a su ex novia o, si lo sabГѓВ­a, lo escondГѓВ­a muy bien.

“Esta mañana su madre la ha encontrado muerta en su piso.”

Paolo Carnevali cerró los ojos durante un momento, a continuación los abrió y dijo: “Lo siento muchísimo. ¿Cómo ha sucedido? ¿Habéis ya descubierto algo? Imagino que, si estáis aquí, es demasiado pronto para saber el nombre del culpable.’”

“Todavía estamos trabajando en ello,” explicó Zamagni, “Por el momento sabemos que la madre fue a casa de la hija y, no recibiendo ninguna respuesta, volvió a su casa a coger su copia de las llaves. Cuando ha abierto la puerta del piso Lucia Mistroni estaba tendida en el suelo.”

A menos, por el momento, no dijo nada sobre las llamadas amenazantes.

“Espero que podáis encontrar pronto al culpable. ¿Por qué habéis venido a hablar conmigo? No veía a Lucia desde que nos habíamos separado, algunos meses atrás.”

“Debemos seguir todas las pistas y la del ex novio es una de ellas.”

“Como os he dicho, yo no sé nada. No veía a Lucía desde hace meses.”

“Sabemos que en los últimos tiempos os peleabais a menudo,” dijo el inspector.

“¿Os lo ha dicho la madre?”

“Sí.”

“Entiendo. Muy bien, en el último período de nuestro noviazgo peleábamos, pero esto no significa que yo sea culpable.”

“No queremos decir esto. Como le he dicho, debemos seguir cada pista que nos pueda llevar al responsable de todo lo que ha ocurrido. ¿Por qué os peleabais?”

Hubo una pequeña pausa, durante la cual Paolo meditó antes de responder: “Podríamos decir que cualquier pretexto era bueno para comenzar una acalorada discusión entre nosotros. La relación, por alguna razón, había tomado este camino en los últimos meses. Peleábamos incluso por las cosas más tontas.”

El agente Finocchi estaba tomando apuntes, anotando la mГѓВЎs mГѓВ­nima cosa.

“Comprendo,” dijo el inspector. “Parece ser que la señorita Mistroni, desde hacía un tiempo, recibía llamadas telefónicas amenazantes. ¿Tiene idea de quién pudiese hacerlas? Que usted sepa, ¿conoce a alguien capaz de llegar tan lejos? Alguien que conociese a Lucia y con el que hubiese ocurrido algo particularmente desagradable.”

“No puedo ayudarles, lo siento.”

Al parecer, del seГѓВ±or Carnevali no iban a obtener nada, al menos por el momento.

“Muy bien. En el caso de que recordase alguna cosa con respecto a la señorita Mistroni, llámenos y pregunte por mí.”

El hombre asintiГѓВі.

“Ah, una última cosa,” dijo el inspector Zamagni despidiéndose antes de descender las escaleras, “Permanezca disponible.”


5



“¿Puedo pagar con la tarjeta de crédito?”, preguntó la mujer.

“Por supuesto,” le contestó la empleada del gimnasio.

“Perfecto. ¿Qué documento debo rellenar para inscribirme?”

“Aquí lo tiene. Rellene todos las secciones y, si tiene alguna duda, no dude en preguntar,” le recomendó la rubia que estaba detrás del mostrador. “Escriba en letras mayúsculas.”

La otra mujer asintiГѓВі y cogiГѓВі el bolГѓВ­grafo que encontrГѓВі atado a un cordoncillo.

“¿Mariolina Spaggesi? ¿Es correcto?” peguntó la empleada.

“Sí.”

“¿Y vive en vía San Vitale número 12, verdad?”

“Exacto.”

“Bien. Yo diría que todo es perfectamente legible.”

A continuaciГѓВіn le dio un folio en el que estaba especificado el reglamento del gimnasio.

Mariolina Spaggesi lo plegГѓВі, lo metiГѓВі en el bolso y, saliendo, se despidiГѓВі de la otra mujer, para despuГѓВ©s tomar el camino hacia su casa.

No veГѓВ­a la hora de comenzar: desde hacГѓВ­a tiempo se habГѓВ­a prometido a si misma asistir a un gimnasio, por libre, sin obligaciones de horarios, y finalmente aquel dГѓВ­a habГѓВ­a tomado la decisiГѓВіn de pararse.

Pasaba delante de ГѓВ©l casi todos los dГѓВ­as porque estaba en el trayecto que unГѓВ­a su casa con su puesto de trabajo y a menudo preferГѓВ­a dar un paseo antes que utilizar los medios de transporte pГѓВєblicos. Los consideraba focos de virus gripales y, en el fondo, caminar, como le habГѓВ­an dicho, era beneficioso para la salud.

Aquella tarde llegГѓВі a casa y, despuГѓВ©s de haber cogido el correo y haber tomado una cena rГѓВЎpida con una pizza entregada a domicilio, se fue a dormir a las 21 horas: estaba cansadГѓВ­sima, debido a la pesada jornada laboral, y se quedГѓВі dormida al instante.

Fue a la maГѓВ±ana siguiente, durante el desayuno, cuando comprobГѓВі el correo que la noche anterior tan sГѓВіlo habГѓВ­a dejado encima de la mesita de la sala de estar.

Algunos folletos publicitarios, una postal enviada por una amiga que estaba de vacaciones en el norte de Europa y un sobre blanco donde estaba escrito X MARIOLINA SPAGGESI y la direcciГѓВіn, escrito todo en letras mayГѓВєsculas.

No sabГѓВ­a quiГѓВ©n era el remitente, porque evidentemente no habГѓВ­a querido que se supiese o porque, quizГѓВЎs, se daba a conocer en el interior del sobre mismo, o por cualquier otro motivo que Mariolina ignoraba.

ApoyГѓВі la taza de cafГѓВ© con leche sobre la mesita y abriГѓВі el sobre, con mucha curiosidad por saber cuГѓВЎl podГѓВ­a ser el contenido.

Era muy ligero y, aparentemente, parecГѓВ­a que no contuviese nada.

En realidad, habГѓВ­a algo en su interior, y precisamente una tarjeta de visita. El texto decГѓВ­a:



MASSIMO TROVAIOLI

Direttore Marketing

Tecno Italia S.r.l.



Al final de la tarjeta de visita habГѓВ­a escrito un nГѓВєmero de telГѓВ©fono de empresa, de un telГѓВ©fono mГѓВіvil, tambiГѓВ©n de empresa, y una direcciГѓВіn de correo electrГѓВіnico personal.

Con las manos temblorosas, a Mariolina le cayГѓВі el sobre al suelo y la tarjeta de visita revoloteГѓВі durante un momento antes de caer tambiГѓВ©n. ReleyГѓВі una segunda vez todo, despuГѓВ©s de lo cual se debiГѓВі sentar para intentar comprender quГѓВ© estaba sucediendo.


6



Los resultaos de los anГѓВЎlisis de la PolicГѓВ­a CientГѓВ­fica del piso de Lucia Mistroni y de la autopsia de su cuerpo llegaron bastante rГѓВЎpido y casi con el mismo tiempo de espera.

En la casa de la muchacha no se encontrГѓВі, aparentemente, nada particularmente interesante, al menos en un primer momento.

Dejemos los precintos hasta que concluya esta historia, habГѓВ­a especificado Zamagni, porque sabГѓВ­a que la contaminaciГѓВіn de la escena de un crimen habrГѓВ­a podido probablemente confundir las investigaciones y retardar la resoluciГѓВіn. AdemГѓВЎs, podrГѓВ­an necesitar volver a aquel piso para posteriores comprobaciones.

El piso parecГѓВ­a completamente ordenado, sin nada que estuviese fuera de lugar. Esto podГѓВ­a significar que el culpable de aquel crimen no buscaba nada preciso cuando habГѓВ­a ido a casa de Lucia.

Y, ademГѓВЎs, la cerradura de la puerta de entrada estaba bien, sin trazas de haber sido forzada.

Por lo tanto, probablemente Lucia Mistroni conocГѓВ­a a su asesino.

La autopsia no habГѓВ­a sacado a la luz ninguna seГѓВ±al de resistencia. La mujer se habГѓВ­a golpeado la cabeza, quizГѓВЎs de forma letal y, en consecuencia, habГѓВ­a caГѓВ­do al suelo.

“Lo que tenemos hasta el momento no nos lleva a ninguna parte,” dijo el inspector Zamagni mientras hablaba con el capitán Luzzi en su oficina.

“Propongo buscar mejor entre sus parientes, sus amigos y conocidos” dijo el capitán. “Por lo menos conseguiremos obtener un poco más de información sobre la muchacha.”

“Estoy de acuerdo.”

“Que le ayude el agente Finocchi. Dividíos el trabajo, para empezar. Volved junto a la madre, a continuación, según lo que os diga, hablad con las personas que conocían a la hija.”

Terminada la conversaciГѓВіn Zamagni y Finocchi salieron para ir a hablar de nuevo con la madre de Lucia Mistroni. El trГѓВЎfico rodado de aquella maГѓВ±ana era insoportable, de todos modos consiguieron llegar al destino en un tiempo razonable. La seГѓВ±ora les habГѓВ­a dado su direcciГѓВіn antes de salir del piso de la hija el dГѓВ­a anterior.

Cuando la mujer vio a los dos policГѓВ­as estaba a punto de entrar en la casa despuГѓВ©s de haber pasado por la fruterГѓВ­a.

Les pidiГѓВі que se acomodasen y les preguntГѓВі si querГѓВ­an algo de beber.

“Muy amable,” le agradeció el inspector “Aceptaría encantado un vaso de agua.”

“Lo mismo para mí, gracias”, dijo Marco Finocchi.

La mujer echГѓВі el agua en dos vasos de vidrio bastante amplios y se los dio a sus huГѓВ©spedes.

“Necesitamos de nuevo que nos ayude,” dio el inspector después de haber bebido un sorbo.

“Díganme.”

“¿Podría hacernos una lista de todas las personas que conocía su hija? Quiero decir de parientes, amigos y conocidos. Con respecto al lugar de trabajo basta con que nos diga el nombre de la empresa.”

La mujer cogiГѓВі un folio, comenzГѓВі a escribir y, una vez terminado, los dos policГѓВ­as se dieron cuenta que iban a tener que trabajar duro para conseguir hablar con todos en el menor tiempo posible.

Zamagni cogiГѓВі el papel, lo doblГѓВі y se lo metiГѓВі en el bolsillo.

“Desde la última vez que nos hemos visto, ¿ha recordado algo que usted cree que pueda ayudarnos en nuestro trabajo?’” preguntó a continuación.

“Por el momento, no, pero no me he olvidado. En el momento en que sepa algo, no dudaré en llamaros”

“Muchas gracias”, dijo Marco Finocchi.

“Ahora nos debemos marchar. El trabajo nos espera.” Esta vez había sido el inspector Zamagni el que había hablado.

Los dos policГѓВ­as se levantaron casi al mismo tiempo, se despidieron de la mujer y salieron.

Se percataron de que el folio que les habГѓВ­a dado la mujer era muy detallado: por cada nombre de la lista habГѓВ­a especificado quГѓВ© tipo de conocido o pariente era y, de aquellos que lo sabГѓВ­a, habГѓВ­a escrito incluso la direcciГѓВіn.

Zamagni decidiГѓВі que comenzarГѓВ­an con los nombres de los cuales tenГѓВ­an la informaciГѓВіn completa y dejarГѓВ­an a los agentes que trabajaban en las oficinas la tarea de completar la lista con los datos que faltaban.

El inspector se ocuparГѓВ­a de los parientes y el agente Finocchi de los amigos.

Antes de comenzar la dura tarea de recogida de informaciГѓВіn se pasaron por la comisarГѓВ­a de policГѓВ­a y Zamagni aprovechГѓВі para hacer dos fotocopias de la lista que habГѓВ­a escrito la mujer: una copia se la dio al agente Finocchi, otra al agente encargado de buscar los datos que faltaban y Zamagni guardГѓВі en su bolsillo el original.


7



El autobГѓВєs estaba a rebosar a aquella hora de la maГѓВ±ana: muchos estudiantes iban a la escuela y ocupaban la mayor parte de los asientos. El hombre, de todas formas, no tenГѓВ­a ningГѓВєn problema para quedarse de pie, porque sabГѓВ­a que el trayecto que harГѓВ­a serГѓВ­a bastante corto.

En cuanto llegГѓВі a la parada mГѓВЎs prГѓВіxima a su destino descendiГѓВі y se puso a andar a lo largo de la acera.

AtravesГѓВі la circunvalaciГѓВіn y comenzГѓВі a recorrer la Calle Mayor en direcciГѓВіn al centro de la ciudad. Casi ciento cincuenta metros mГѓВЎs adelante girГѓВі a la derecha para llegar a vГѓВ­a San Vitale y entrГѓВі en un negocio de flores que habГѓВ­a debajo del pГѓВіrtico.

“Buenos días,” dijo, “Estoy pensando en comprar algunas flores, ¿las entrega a domicilio, verdad?”

“Por supuesto”, respondió la muchacha.

“Muy bien.”

“¿En qué tipo de flores está pensando?”

“Crisantemos,” respondió el hombre, “Un bonito ramo de crisantemos.”

La muchacha quedГѓВі un momento sin decir una palabra, pensando en la peticiГѓВіn, a continuaciГѓВіn se puso a preparar el ramo.

“¿Sería posible hablar con el dueño de la tienda?”

“En estos momentos no está.”

“¿Cuándo lo podría ver?”

“Por lo general pasa por la tienda en el transcurso de la tarde, ya casi de noche.”

“¿Todos los días?”

“Habitualmente sí, a menos que tenga algún compromiso que no se lo permita.”

“Gracias por la información y las flores. ¿Puede tenerlas aquí hasta esta tarde?”

“Por supuesto.”

“Bien, entonces hasta la tarde.”

“¿Se conocen?” preguntó la muchacha, refiriéndose al dueño de la tienda y al hombre que lo estaba buscando. “Si me llama, quizás puedo decirle que usted ha pasado por aquí y que pasará al final del día.”

“No se preocupe, no hay problema. Puedo pasar tranquilamente, aunque no le diga nada.”

La muchacha asintiГѓВі, y despuГѓВ©s de que el hombre se hubiese ido, algunos minutos mГѓВЎs tarde, pensГѓВі en su extraГѓВ±o comportamiento.

Aquella tarde, sin que la muchacha hubiese dicho nada sobre la visita matinal del hombre, este ГѓВєltimo y el dueГѓВ±o de la floristerГѓВ­a hablaron durante casi una hora en un bar que habГѓВ­a al lado de la tienda.

Cuando los dos se despidieron, el florista reentrГѓВі en la tienda, cogiГѓВі el ramo de crisantemos y lo repuso en la pequeГѓВ±a habitaciГѓВіn que habГѓВ­a al fondo del local.


8



El inspector Zamagni y el agente Finocchi se dividieron las tareas: uno contactarГѓВ­a con los amigos de Lucia Mistroni mientras que el otro hablarГѓВ­a con los parientes.

Por el momento, lo mГѓВЎs importante era encontrar informaciГѓВіn sobre la muchacha y las personas con las cuales tenГѓВ­a un contacto mГѓВЎs ГѓВ­ntimo.

Los posibles avances llegarГѓВ­an en su momento, como una consecuencia lГѓВіgica.

Comenzaron por la maГѓВ±ana temprano, telefoneando a cada una de las personas para programar los encuentros: esto servirГѓВ­a, ademГѓВЎs de para obtener alguna informaciГѓВіn de utilidad, para conocerles y hacerse una idea preconcebida de ellos.

Stefano Zamagni consiguiГѓВі hablar, en el mismo dГѓВ­a, con Dario Bagnara y Luna Paltrinieri.

Los dos, le dijeron, eran desde hacГѓВ­a mucho tiempo amigos de la muchacha muerta, y ambos quedaron mudos cuando supieron la noticia.

El seГѓВ±or Bagnara era un agente inmobiliario que trabajaba en una agencia en vГѓВ­a de la Barca.

ГѓВ‰l y el inspector se citaron en la oficina del primero, a donde Zamagni llegГѓВі puntual a pesar del trГѓВЎfico.

“Buenos días, ¿es usted Dario Bagnara?” comenzó Zamagni.

“Sí, soy yo.”

“Encantado de conocerle. Me llamo Zamagni… Stefano.”

“Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? Preguntó el agente inmobiliario. “Para mí ha sido un golpe durísimo. Todavía estoy conmocionado. Estaré encantado de ayudarle en todo lo que sea posible.”

“Gracias,” dijo Zamagni, “Mientras tanto, podría contarme cómo había conocido a Lucia y desde cuánto tiempo se conocían.”

“Desde hace mucho tiempo,” respondió Bagnara, “Éramos compañeros en el instituto.”

“Entiendo. Por lo tanto puedo imaginar que os conocíais muy bien.”

“Sí, claro.”

“¿Y una vez que terminasteis en el instituto? ¿Habéis seguido viéndoos habitualmente?”

“Sí, aunque no con mucha frecuencia. Organizábamos algunas cenas, entre amigos. Yo, ella y Luna, otra compañera del instituto. Digo que no muy frecuentemente porque, desde el momento en que se había prometido a Paolo, ocurría a menudo que saliesen ellos dos solos.”

“¿Cuál ha sido la última vez que os habéis visto?”

“La semana pasada. Estábamos los tres. Generalmente cuando quedábamos no venía Paolo.”

“¿Por qué?”

“Lo habían decidido así. Era una salida con amigos, sin novios ni novias.”

“También Paolo… Carnevali, ¿quiere decir?... ¿También él estaba conforme con este acuerdo?”

“Sí, quiero decir también él. Al comienzo no estaba muy de acuerdo con esto de que nos viésemos los tres solos, quizás por celos… no sé decirle. Después, sin embargo, parece que consintió sin problemas.”

“Comprendo. Antes mencionó a… ¿Luna?”

“Sí, Luna Paltrinieri. ¿Ha hablado con ella?”

“No, todavía no, pero tengo una cita con ella en el bar donde trabaja dentro de una hora.”

Dario Bagnara asintiГѓВі.

“También ella es una muchacha muy educada.”

En ese momento entrГѓВі un cliente potencial que preguntГѓВі se podrГѓВ­a hablar con algГѓВєn empleado de la agencia inmobiliaria. Estaba buscando un piso en venta.

“Un momento tan solo y le atiendo”, le respondió Bagnara y, volviéndose a Zamagni: “Si quiere puedo decirle a la señora que vuelva más tarde.”

“No se preocupe, haga con tranquilidad su trabajo. Nos veremos pronto.”

El agente inmobiliario dio las gracias a Zamagni y, mientras el inspector salГѓВ­a, pidiГѓВі a la cliente que se sentase.



A la hora establecida Stefano Zamagni llegГѓВі al bar de Luna Paltrinieri, en la vГѓВ­a Andrea Costa, relativamente cercano a la agencia inmobiliaria donde trabajaba el seГѓВ±or Bagnara.

“Buenos días, ¿es usted Luna?” preguntó Zamagni cuando no había clientes.

“Sí, soy yo”

“Inspector Zamagni.”

“Encantada de conocerle. ¿Le apetecería un café?”

“Con mucho gusto, gracias.”

La muchacha le preparГѓВі el cafГѓВ© y se lo sirviГѓВі con un sobrecito de azГѓВєcar blanco, uno de azГѓВєcar de caГѓВ±a y uno de miel.

Mientras bebía el café amargo Zamagni dijo: “Necesito hablar con usted de Lucia Mistroni.”

“Haré todo lo posible por ayudarle.”

“Gracias. Mientras tanto, ¿podría decirme cómo era su relación con la muchacha? Sé que erais compañeras en el instituto.”

“Es verdad. ¿Por quién lo ha sabido, si puedo preguntar?”

“Hasta hace poco estuve hablando con el señor Bagnara. Fue él quien me dijo que los tres habíais ido juntos al instituto. Espero que no le resulte un problema.”

“Entiendo. No, por supuesto que no es un problema.”

Zamagni bebiГѓВі el ГѓВєltimo sorbo de cafГѓВ© y la camarera, despuГѓВ©s de haber puesto la tacita, el platito y la cucharilla en la cesta del lavavajillas, contГѓВі al inspector que efectivamente ellos tres habГѓВ­an sido compaГѓВ±eros en la escuela, que habГѓВ­an conectado desde el principio del primer aГѓВ±o escolГѓВЎstico y habГѓВ­an mantenido la amistad incluso despuГѓВ©s de haber pasado la selectividad. Cada uno con su propio trabajo habГѓВ­an conseguido verse por lo menos una vez a la semana, durante el fin de semana.

“Con respecto al trabajo, ¿me sabría decir donde trabajaba la señorita Mistroni? Su madre no ha conseguido precisarlo.’”

Le dijo el nombre de la empresa y que trabajaba como jefe de departamento de marketing con el extranjero, después añadió: “Me debe perdonar, pero hablar de ella me entristece muchísimo.”

Y comenzГѓВі a llorar.

“La entiendo perfectamente y siento mucho todo lo que ha sucedido. Nosotros, por desgracia, debemos continuar haciendo nuestro trabajo y encontrar al culpable.”

“Lo sé,” dijo la muchacha, añadiendo a continuación. “Espero que lo encontréis pronto.”

“Eso espero.”

“Gracias.”

“De nada,” dijo Zamagni. “¿Podemos contar con su ayuda cuando la necesitemos?”

“Por supuesto.”

“Perfecto,” le agradeció el inspector. “Creo que por ahora es suficiente. Vendré aquí cuando necesite hablar con usted de nuevo.”

“Lo esperaré.”

Zamagni se despidiГѓВі de la muchacha con una sonrisa y saliГѓВі del bar con la viva esperanza de poder resolver el caso.

Quedaban todavГѓВ­a dos amigos de Lucia Mistroni por interrogar, entretanto le habГѓВ­a llegado un nuevo dato: enseguida podrГѓВ­an visitar al empresario que la habГѓВ­a contratado. Durante el recorrido en coche hasta su oficina, Stefano Zamagni se preguntaba cГѓВіmo estarГѓВ­a yendo la bГѓВєsqueda de informaciГѓВіn del agente Finocchi.


9



El agente Finocchi se ocupГѓВі de hablar con los parientes de Lucia Mistroni.

La madre le habГѓВ­a hablado sГѓВіlo del hermano Atos, un tГѓВ­o y una prima.

ResultГѓВі que todos habГѓВ­an sido informados de la desgracia por medio de la seГѓВ±ora Balzani y, cuando el agente consiguiГѓВі hablar con el hermano, este se puso a llorar diciendo que no habГѓВ­a podido parar de hacerlo desde el momento en que habГѓВ­a conocido la noticia.

VivГѓВ­a solo en vГѓВ­a San Felice, en un piso pequeГѓВ±o pero funcional.

“¿Puedo hablar con usted sobre su hermana Lucia?”, preguntó el agente Finocchi después de presentarse.

“Claro, siéntese por favor.”

Se sentaron en la sala de estar, con la luz de la maГѓВ±ana que iluminaba la habitaciГѓВіn a travГѓВ©s de los vidrios de la ventana.

“¿Qué tal eran las relaciones entre los dos?” quiso saber el agente.

“Diría que fantásticas, aunque últimamente no nos veíamos a menudo porque yo he tenido que estar viajando mucho debido al trabajo.”

“Entiendo. ¿Cuál es su trabajo, si puedo saberlo?”

“Instalo máquinas automáticas. A menudo cambio de ciudad y cada vez permanezco fuera de casa al menos una semana.”

“Debe ser un trabajo muy interesante, al menos por el hecho de viajar y ver siempre sitios nuevos.”

“Lo sería si tuviese un poco más de tiempo para visitar las ciudades en vez de estar encerrado en una empresa montando una máquina automática desde la mañana a la noche. El único momento de relax que tenemos es por la noche, cuando vamos a cenar y probamos la gastronomía local.”

“Sin duda un trabajo muy exigente,” asintió Finocchi, “¿Cuándo ha sido la última vez que se han visto, usted y su hermana?”

“Aproximadamente hace dos semanas.”

“¿En una ocasión particular?”

“No. Acababa de llegar de un viaje y el domingo habíamos decidido cenar juntos. Una pizza para contarnos un poco cómo nos iban las cosas.”

“¿Y cómo le parecía que estaba aquel día? ¿Estaba tranquila o había algo que no iba bien? ¿Estaba preocupada por algo?”

“Me habló de las llamadas que había recibido. Le daban miedo, también porque no entendía quién se las hacía.”

“¿No tenía ni la más mínima idea de quién pudiese ser?”

“No.”

“¿No puso una denuncia?”

“No le sabría decir.”

“Comprendo.”

“¿Puedo preguntarle cómo es que se encuentra en casa a estas horas? Generalmente a estas horas se está trabajando.”

“Esta es una semana bastante tranquila, sin viajes, y cuando trabajo aquí lo hago a turnos. Hasta el viernes trabajaré desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche.”

“Bien. Le pido que esté disponible, ya que podríamos necesitar que nos ayude.”

“Haré lo que esté en mi mano para ayudaros a encontrar al culpable.”

“Muchas gracias.”

El agente Finocchi se despidiГѓВі del hermano de Lucia Mistroni y saliГѓВі nuevamente a la calle.

Por la noche verГѓВ­a al tГѓВ­o y a la prima de la muchacha.

Quedaron en la ComisarГѓВ­a de PolicГѓВ­a. Luigi Mistroni, su hija Laura y su mujer Antonia Cipolla fueron acomodados en una pequeГѓВ±a sala de espera y, apenas el agente Finocchi regresГѓВі, comenzaron a hablar.

“Siento mucho haberos molestado a la hora de la cena. Acabaremos enseguida”, dijo el agente.

“No se preocupe”, dijo el tío de Lucia.

“Estamos hablando un poco con todas las personas que tenían un contacto más estrecho con vuestra sobrina,” explicó Marco Finocchi volviéndose hacia los cónyuges. “Queremos reunir el mayor número de datos posibles porque podrían ayudarnos a resolver el caso.”

“Estamos dispuestos a prestaros ayuda, aunque sea poca.”

“Les quedo agradecido”, dijo Finocchi, a continuación hizo una pausa preguntando a los tres si querían algo de beber, agua, café, pero rechazaron su ofrecimiento diciendo que después de terminar con la policía se irían a cenar.

“De acuerdo. En primer lugar ¿podríais decirme qué clase de relación teníais con Lucia?”

Fue la tía la que respondió en nombre de todos: “Eran buenas, aunque no nos veíamos todas las semanas. Sabe… cada uno tiene sus obligaciones. Lucia estaba muy ocupada por culpa del trabajo, por lo que más bien nos hablábamos por teléfono o nos veíamos el fin de semana.”

El marido y la hija asintieron, confirmando al agente que todo lo que habГѓВ­a dicho la seГѓВ±ora Antonia era verdad. La otra hipГѓВіtesis era que, en el caso de que uno de los tres fuese el culpable, estuviesen de acuerdo para protegerse unos a otros.

“¿Desde hacía cuánto tiempo que no veíais a Lucia?”

“Yo… desde hacia un par de semanas,” dijo la prima Laura. “Habíamos ido a dar una vuelta al centro de Bolonia un sábado después de comer, más que nada para relajarnos un poco y porque nos había hablado de las llamadas que había recibido y sentía la necesidad de estar con alguien de confianza.”

“Así que os había dicho también a vosotros lo de las llamadas.”

“Había hablado de ellas durante una comida familiar, dos o tres semanas atrás,” dijo el tío.

“Comprendo,” asintió Finocchi. “¿Sabéis si había alguien, algún conocido vuestro, que hubiese tenido una especie de resentimiento con Lucia? ¿O con alguien con quién se hubiese peleado?”

“No se nos ocurre nadie” dijo la señora Cipolla después de haber hablado entre ellos en voz baja durante unos momentos.

“Gracias. Por ahora es todo. Os pido que permanezcáis disponibles. Os dejo ir a cenar.”

Se fueron. Poco tiempo despuГѓВ©s de marcharse los tГѓВ­os y la prima de Lucia Mistroni de la ComisarГѓВ­a de PolicГѓВ­a, el agente Finocchi se preparГѓВі para regresar a casa.


10



A la maГѓВ±ana siguiente, el capitГѓВЎn Luzzi pidiГѓВі a Zamagni y Finocchi que le pusiesen al dГѓВ­a con respecto al caso de Lucia Mistroni.

“Estamos interrogando a amigos y parientes,” explicó el inspector, “a continuación deberemos hablar con el empresario que contrató a la muchacha. No podemos excluir que el culpable pueda ser un compañero de trabajo.”

“Los parientes a los que he escuchado”, añadió el agente Finocchi, “no han escondido el tema de las llamadas telefónicas amenazantes que parece que recibía la muchacha. Parece que tenía mucho miedo, por lo menos por lo que me ha hecho entender la prima.”

“Bien, continuemos a buscar e id enseguida a ver a las personas que todavía debéis interrogar.” Concluyó Luzzi.

Zamagni y Finocchi asintieron, asГѓВ­ que salieron a la calle con el fin de hablar con el jefe de la muchacha y con dos amigos que estaban en la lista que les habГѓВ­a dado la madre de Lucia Mistroni.

El inspector comenzГѓВі con Beatrice Santini, que gestionaba un estanco en vГѓВ­a San Felice.

Cuando llegГѓВі, en el negocio no habГѓВ­a nadie.

“No quisiera molestar.”

“¿Qué desea?”, preguntó la dueña del estanco.

Zamagni le mostrГѓВі la placa, y a continuaciГѓВіn aГѓВ±adiГѓВі que le gustarГѓВ­a hablar con ella sobre Lucia Mistroni.

“Para mí ha sido un golpe muy duro. Me ha dado la noticia la madre,” dijo Beatrice Santini que no parecía sorprendida por la visita de un inspector de policía.

“Comprendo. ¿Me puede decir cómo se ha enterado?”

“Me he enterado por casualidad. Había ido a casa de su hija para charlar un poco. No la he encontrado y, mientras estaba esperando en la puerta de entrada, porque no sabía si de verdad no estaba en casa o si quizás estaba tardando en responder, vi que pasaba su madre. Me ha preguntado que por qué estaba allí, si estaba buscando a Lucia y si no sabía todavía lo que le había ocurrido. Caí de la burra, no sabía nada. Me quedé de piedra y, cuando me ha dicho que la policía estaba investigando el asunto, ha añadido también que os había dado una lista de personas que conocían a Lucia, los parientes y los amigos más íntimos, por lo que esperaba vuestra visita.”

“Entendido. ¿Qué clase de relación tenía con Lucia?”

“Nos llevábamos muy bien. Por lo general Lucia no peleaba jamás con nadie, era una muchacha con un carácter estupendo.”

Zamagni asintiГѓВі.

“¿Sabe por casualidad si le había ocurrido algo últimamente que podría haber influido en su vida privada?”

“No, nada que yo sepa.”

Un cliente entrГѓВі, pidiГѓВі una cajetilla de cigarrillos y, cuando saliГѓВі, tambiГѓВ©n Zamagni se despidiГѓВі de la muchacha.

“Por ahora creo que es suficiente. Le pido que esté disponible y, en el caso de que recuerde algo que crea que es importante, me lo haga saber.”

Mientras la muchacha asentГѓВ­a ГѓВ©l le dejГѓВі el nГѓВєmero de telГѓВ©fono de la ComisarГѓВ­a.

“Pregunte por mí. Soy el inspector Zamagni.”

“De acuerdo.”

El ГѓВєltimo contacto que habГѓВ­a escrito la madre de Lucia era Fulvio Costello, un empleado de la oficina de Correos de vГѓВ­a Emilia, en el distrito Manzini.

Cuando el inspector Zamagni llegГѓВі a su destino habГѓВ­a poca gente, de esta manera pudo preguntar sin problemas quiГѓВ©n era el responsable de la oficina y, al mismo tiempo, hablar un poco con el empleado.

El responsable hablГѓВі un rato con el hombre para explicarle la situaciГѓВіn, por lo que Fulvio Costello se ausentГѓВі de la ventanilla y fue a la parte de atrГѓВЎs para hablar con Zamagni.

“Siento las molestias. Soy el inspector Zamagni. Quería hablar un poco con usted sobre Lucia Mistroni.”

“¡Santo cielo! ¿Qué le ha ocurrido?,” preguntó el hombre, ignorante de los acontecimientos de las últimas horas.

“Ha pasado a mejor vida. Siento decírselo así. Suponemos que no ha sido una muerte natural.”

El empleado de Correos quedГѓВі un instante en silencio, a continuaciГѓВіn preguntГѓВі si tenГѓВ­an alguna idea sobre quiГѓВ©n era el culpable.

“Por desgracia, todavía no, pero estamos trabajando duro para encontrarlo lo más pronto posible.”

“Entiendo. Espero que ocurra pronto.”

“También nosotros lo esperamos”, dijo Zamagni, “Ahora me gustaría hacerle algunas preguntas, si está de acuerdo.”

“Por favor.”

“Gracias. En primer lugar querría saber como os habéis conocido, usted y Lucia.”

“Por casualidad, durante un viaje a Canadá.”

“Ya. ¿Y luego habéis mantenido el contacto?”

Costello asintiГѓВі.

“¿Hablabais a menudo?,” preguntó el inspector.

“Todas las semanas, no, pero hablábamos con frecuencia.”

“¿Hace cuánto tiempo que os conocíais?”

“Dos años.”

“¿Puedo preguntar si, por casualidad, ha habido algo distinto a la amistad entre vosotros dos?”

“¿Por qué me lo pregunta?”

“Necesitamos tener información, para resolver un caso como este y la buscamos por todas partes.”

“Vale. Absolutamente, no.”

“Bien. ¿Tiene, por casualidad, alguna idea sobre quién ha podido tener un motivo para matarla? ¿O cualquier acontecimiento acaecido que haya podido tener como epílogo lo que ha sucedido?”

“No,” respondió el hombre, después de haber meditado durante un minuto. “Por desgracia, por lo que respecta a esto, no puedo ayudaros. En el caso de que se me ocurra algo más, os lo haré saber.”

“Muchas gracias.”

El jefe de la oficina de Correos apareció por la puerta que daba a la parte de atrás. “¿Fulvio?”

El hombre se giró y dijo: “Creo que debo volver al trabajo.”

“Está bien,” dijo Zamagni, entendiendo la situación. “Le pido solamente que esté a nuestra disposición y no dude en contactar con nosotros en el caso de que recordase algo que pueda sernos de utilidad.”

“No hay problema,” dijo el empleado de la oficina de Correos.

El inspector asintiГѓВі, despuГѓВ©s se despidiГѓВі y saliГѓВі de nuevo a la calle.

Ahora sГѓВіlo quedaba por escuchar quГѓВ© contarГѓВ­a el empresario que habГѓВ­a contratado a la seГѓВ±orita Mistroni, puede que entonces tuviera bastante material para comenzar a hacer alguna hipГѓВіtesis.


11

Davide Pagliarini no conseguГѓВ­a apartar de la cabeza aquel accidente. SoГѓВ±aba con ГѓВ©l por la noche, como una pesadilla constante, y claro que no habrГѓВ­a querido que ocurriese.

Estúpido, se repetía, soy un estúpido, ¡he matado a un niño! Estaba esperando el juicio, esperando, con la ayuda de un buen abogado, de conseguir por lo menos reducir la pena. Mientras tanto vivía preso de sus remordimientos. A media mañana de aquel día sonó el timbre de casa.

“¿Quién es?” preguntó por el portero automático.

“Una carta certificada. Tiene que firmar.”

El cartero.

Pagliarini descendiГѓВі a la entrada del edificio, firmГѓВі, cogiГѓВі el sobre y volviГѓВі a subir a su piso.

El remitente era el Tribunal de Bolonia.

Objeto: aviso de comparecencia.

AbriГѓВі el sobre y descubriГѓВі que deberГѓВ­a presentarse dentro de dos semanas exactas a las diez y que, si no lograba encontrar un abogado defensor, le serГѓВ­a suministrado uno de oficio.

DejГѓВі la carta sobre la mesita del salГѓВіn, despuГѓВ©s marcГѓВі el nГѓВєmero de su abogado defensor.

“Mantente en calma y verás como saldremos adelante.”

El abogado sabГѓВ­a ya toda la historia, ya que se la habГѓВ­a contado por telГѓВ©fono el mismo Pagliarini al dГѓВ­a siguiente de ocurrido el accidente.

Me condenarГѓВЎn, habГѓВ­a dicho, no puedo zafarme de ninguna manera.

El abogado habГѓВ­a intentado, tambiГѓВ©n esta vez, tranquilizar a su cliente diciГѓВ©ndole que encontrarГѓВ­an algo que lo ayudarГѓВ­a por lo menos a conseguir una pena reducida, e incluso a pagar sГѓВіlo una multa. Aunque se daba cuenta que no serГѓВ­a nada agradable de contar a los parientes de la vГѓВ­ctima.

Lo conseguiremos, le habГѓВ­a repetido el abogado, verГѓВЎs como lo conseguiremos.

Ahora lo descubrirГѓВ­an: ese dГѓВ­a estaba a punto de llegar y Davide Pagliarini estaba muy preocupado, a pesar de las palabras de su abogado.

Quedaron para verse al dГѓВ­a siguiente y hablar del asunto en privado.

Cuando Pagliarini y el abogado se vieron en la oficina de este ГѓВєltimo, la primera cosa que hicieron fue un resumen de lo ocurrido.

“Había salido de la discoteca. Cuando estaba en la carretera de circunvalación de Bolonia estaba eufórico, he presionado el pedal del acelerador a fondo, sin percatarme de la velocidad a la que iba. Cuando llegué a un cruce, donde estaba el semáforo en verde, golpee a un chaval que estaba atravesando la carretera en el paso de cebra.”

“Aquella persona estaba atravesando la carretera a pesar de saber que en aquel momento no habría debido hacerlo. El semáforo del peatón estaba en rojo, imagino.”

Pagliarini asintiГѓВі, esperando que su recuerdo fuese real y no estuviese distorsionado por las drogas.

“Ahí está, ves, hemos encontrado un punto a nuestro favor.”

“De acuerdo,” dijo Pagliarini, “pero ¿qué hacemos con el hecho de que yo me hubiese puesto a conducir después de haber tomado una de aquellas malditas pastillas? ¡Maldita sea! No las había tomado nunca, me he dejado liar por el tipo de dentro, aquel que me la ha dado. Me ha dicho Verás cómo te sentirás mejor y yo me he dejado convencer.”

El abogado meditГѓВі durante un momento.

“La cuestión de la pastilla no le favorece”, dijo finalmente, “de todas formas conseguiremos salir de esta. Debe fiarse de mí.”

“¡Ojalá! ¿Qué debo hacer mientras tanto, estos días? ¿Algo en concreto? ¿Necesita una declaración mía?”

“Por ahora no. Contará todo en el tribunal. Intente permanecer tranquilo y verá como todo se resolverá.”

“Me fío de su experiencia.”

“Perfecto. Ahora vuelva a casa y relájese. Apareceré cuando sea necesario.”

“Se lo agradezco infinitamente.”

“De nada. Es mi trabajo.”

DespuГѓВ©s de despedirse el abogado comenzГѓВі a pensar en cГѓВіmo llevar a cabo este caso en los tribunales, y Davide Pagliarini regresГѓВі a casa. SeguirГѓВ­a el consejo que le habГѓВ­an dado: relax absoluto hasta el dГѓВ­a del juicio.


12



Muy temprano por la maГѓВ±ana, ese mismo dГѓВ­a, Mariolina Spaggesi escuchГѓВі el timbre, fue al portero automГѓВЎtico y preguntГѓВі quiГѓВ©n era.

“Flores para usted, señora,” fue la respuesta.

“Suba,” dijo la mujer, comenzando a hacer suposiciones sobre el posible remitente del agradable regalo.

Cuando vio al florista con el ramo de flores en la mano, cambiГѓВі de expresiГѓВіn.

“E... entre, por favor,” dijo, balbuceando, al hombre que tenía delante. Le parecía haberlo visto ya, quizás era el florista que no estaba muy lejos de su casa, en la misma calle.

“Déjelas allí encima.”

El hombre cruzГѓВі el umbral del piso, siguiГѓВі las indicaciones que le habГѓВ­an dado, se despidiГѓВі rГѓВЎpidamente diciendo que tenГѓВ­a que volver corriendo al negocio porque estaba sГѓВіlo y habГѓВ­a dejado un aviso en la puerta de entrada para hacer comprender a los posibles clientes que volverГѓВ­a enseguida.

Mariolina Spaggesi cerrГѓВі la puerta y fue rГѓВЎpidamente hacia el ramo de flores que le habГѓВ­an traГѓВ­do.

¿Un ramo de crisantemos?, pensó.

Vio que sobre el papel que envolvГѓВ­a las flores habГѓВ­a sido pegado un sobre con las palabras PARA MARIOLINA.

Lo abriГѓВі y dentro encontrГѓВі sГѓВіlo una tarjeta de visita de cartГѓВіn.



MASSIMO TROVAIOLI

Direttore Marketing

Tecno Italia S.r.l.



La mujer sintiГѓВі que se desmayaba y tuvo que sentarse para evitar que sucediese realmente.

Dio la vuelta a la tarjeta de visita y vio que en la parte de atrás estaba escrito ¡HASTA PRONTO! con un bolígrafo.

DespuГѓВ©s de unos minutos se levantГѓВі de la silla, cogiГѓВі un vaso y lo llenГѓВі de agua dos veces. SentГѓВ­a necesidad de beber.

Lo enjuagГѓВі, despuГѓВ©s fue al cuarto de baГѓВ±o a refrescarse la cara.

¿Cómo podía ser?

Debido a una creencia popular que le habГѓВ­an transmitido ella habГѓВ­a asociado siempre los crisantemos con los difuntos, y MГѓВЎximo TrovaioliГўВЂВ¦

CogiГѓВі el telГѓВ©fono y marcГѓВі el 091.

“Me persiguen…” consiguió decir con esfuerzo cuando alguien le respondió desde el otro lado de la línea.

“Mantenga la calma, señora” dijo el agente que estaba al teléfono, “explíquese mejor.”

“Yo… ¡me está persiguiendo… un muerto!”

“Eso es imposible. ¿Está segura de encontrarse bien?”

“Sí. Sí, estoy bien,” dijo ella “¡Estoy siendo… perseguida por un muerto!”, gritó.

“¿Dónde vive?”, preguntó finalmente el agente intentando cortar la conversación “Le mando a alguien.”

La mujer dio su direcciГѓВіn y concluyГѓВі la llamada pidiendo que se diesen prisa.

Cuando llegaron los dos patrulleros encontraron a Mariolina Spaggesi presa del pГѓВЎnico.

“Intente tranquilizarse, señora. Querríamos que nos contase con tranquilidad que está ocurriendo”, explicó uno de los dos agentes.

La mujer les contГѓВі lo del sobre recibido algunos dГѓВ­as atrГѓВЎs y lo de las flores entregadas esa maГѓВ±ana.

“¿Quién es Massimo Trovaioli?”, preguntó un agente.

“Mi último ex.”

“¿Él podría tener algo en su contra? Cuando se han separado ¿ha sucedido de mala manera?”

“Él está… ¡muerto!” gritó la mujer. “Él es el… muerto… ¡que me persigue!”

La seГѓВ±orita Spaggesi continuaba gritando, parГѓВЎndose siempre sobre la palabra muerto cada vez que la pronunciaba.

“Perdónenos,” dijo el otro agente, “No nos queda todavía claro este punto. Nos debe disculpar. Lo sentimos.”

“No pasa nada” respondió la mujer después de un momento de silencio en el cual intentó tranquilizarse.

“¿Ha visto quién le ha traído estas flores?,” le preguntaron cuando los dos agentes estuvieron seguros que había pasado el peor momento.

“Parecía… el florista… aquel que está calle abajo, en la vía San Vitale, pero no estoy segura. Cuando estoy por ahí fuera camino siempre deprisa y no me fijo mucho en las tiendas.”

“Lo comprobaremos,” le aseguró uno de los patrulleros, volviéndose hacia su compañero con una mirada de complicidad. “Mientras tanto, usted debe permanecer tranquila. ¿Nos lo promete?”

“Lo intentaré,” respondió la mujer. “Lo intentaré.”

“Bien. Nosotros nos pondremos a ello inmediatamente para echar un poco de luz sobre este asunto. Probablemente sea un malentendido.”

“Tengo miedo,” dijo la señorita Spaggesi, “Haced algo, por favor,” les imploró, como si no hubiese escuchado las últimas palabras de los agentes.

“Tranquilícese y beba un vaso de agua fresca.”

El agente mГѓВЎs cercano al grifo del agua cogiГѓВі un vaso que encontrГѓВі al lado, lo llenГѓВі con agua y se lo dio a la mujer.

“Beba a sorbitos y verá como le ayuda a sentirse mejor.”

La mujer bebiГѓВі siguiendo el consejo y, mientras permanecГѓВ­a sentada, preguntГѓВі si no serГѓВ­a un problema, para los dos agentes, si ella no los acompaГѓВ±aba hasta la puerta.

“No hay problema, señora.”

Mariolina Spaggesi quedГѓВі sola, sentada e inmГѓВіvil, pensando en todo lo que habГѓВ­a ocurrido, confortada por las palabras de los dos agentes: ellos se ocuparГѓВ­an del problema, esperaba que lo resolviesen.

Cuando los dos agentes, siguiendo las indicaciones de la seГѓВ±orita Spaggesi, llegaron al negocio de flores, encontraron un aviso en la puerta: VUELVO ENSEGUIDA.

Aquel que parecГѓВ­a ser el dueГѓВ±o llegГѓВі con paso rГѓВЎpido, acelerando en los ГѓВєltimos metros al ver a dos agentes de policГѓВ­a esperando.

“¿Me buscabais?” preguntó, “¿Os puedo ayudar, ha sucedido algo?”

“¿Podemos entrar?”, dijo uno de los dos agentes.

“Por favor, por favor, faltaría más.”

El hombre abriГѓВі la puerta de cristal e hizo sentar a los dos agentes en el interior.

“Por favor, decidme. ¿Qué ha sucedido? Yo no os he llamado. No me han robado nada.”

“No estamos aquí por esa razón” le interrumpió un agente.

“Explicaos.”

“Una persona dice que ha recibido un ramo de flores de un muerto”, comenzó a contar el agente con más años de carrera en la policía.

“Imposible”, dijo el florista, “Los muertos no mandan flores a nadie.”

“Dice también que se las llevó usted o una persona que trabaja con usted.”

La mirada del hombre se volviГѓВі mГѓВЎs sombrГѓВ­a.

“No entiendo a dónde queréis llegar.”

“Queremos solo comprender qué ha sucedido,” explicó el agente más joven. “Está persona está realmente aterrorizada.”

“¿Cuándo habría sucedido?”

“Hace poco tiempo… un par de horas.”

“Dejadme pensar un momento.”

El florista hizo una pequeГѓВ±a pausa, a continuaciГѓВіn volviГѓВі a hablar.

“Yo trabajo solo, no tengo ayudantes ni nada parecido aquí. No me los puedo permitir. Hago yo todo: recibo a los clientes, les sirvo y, si es preciso, llevo los pedidos a domicilio.”

“Cuando hemos llegado a aquí, usted no estaba. ¿Estaba con una entrega?”

“Obviamente.”

“Nada es obvio en nuestro trabajo,” dijo un agente, como para dar a entender que no estaban haciendo una visita de cortesía.

“Excusadme”, dijo el hombre, “Claro, sí, me había ausentado diez, quince minutos quizás, para llevar un encargo.”

“De acuerdo. ¿Ahora nos puede decir si ha hecho una entrega hace más o menos dos horas?”

Después de una pausa, el florista respondió: “Creo que sí. Era una señora, quizás una señorita. No le sabría decir con exactitud: no indago sobre la vida privada de mis clientes. De todas formas, era una mujer.”

“¿Recuerda el nombre?”

“No, lo siento.”

“Piénseselo bien. Reflexione un momento. Esta información puede sernos de utilidad.”

“Os lo confirmo. No me acuerdo”, dijo después de un minuto, “Por desgracia veo muchas personas durante el día y a menudo no me acuerdo de los nombres.”

“Da lo mismo,” le aseguró el agente. “¿Se acuerda por lo menos quién le ha encargado el pedido?”

“Un hombre. Sí, era un hombre.”

“¿Sabría decirnos algún otro detalle?”

“Mmm… elegante. Era un hombre elegante.”

“¿Alguna cosa más?”

“Debo pensarlo. Sabed, esta persona llegó ayer por la noche mientras estaba a punto de cerrar el negocio, por lo que ha pasado algo de tiempo.”

“No se preocupe, tendrá todo el tiempo que necesite. Si le viene algo a la memoria no dude en informarnos.”

“Lo haré,” dijo el hombre a modo de despedida. “Ahora, si no os molesta, tengo cosas que hacer”, añadió viendo que entraba una mujer en la tienda.

“Por favor, hágalo, los clientes son lo primero. Excúsenos por la molestia.”

Los dos agentes dejaron la floristerГѓВ­a y se marcharon por debajo del pГѓВіrtico en direcciГѓВіn a las Dos Torres.

“Este hombre no nos dice la verdad,” dijo el agente más viejo, “Creo que nos está ocultando algo.”

“Yo también lo creo,” dijo el otro, “pero no sabría decir el qué.”


13



La primera audiencia en la que participГѓВі Davide Pagliarini, por haber embestido al niГѓВ±o en la carretera de circunvalaciГѓВіn de Bolonia, fue bastante embarazosa para ГѓВ©l. Fueron expuestos los hechos y, a continuaciГѓВіn, el culpable fue interrogado delante del juez.

Después de las preguntas del abogado de la acusación particular y de las del defensor, desde el público se escuchó un “¡Avergüénzate!” gritado con tanta fuerza que resultó estridente.

Pagliarini empalideciГѓВі y quedГѓВі paralizado en la silla, sin saber de quГѓВ© parte mirar; le habrГѓВ­a gustado hundirse, desaparecer, y no encontrarse en aquel lugar en ese momento.

Después de un instante, se giró hacia su abogado y, sin mediar palabra, su mirada le dijo ¿qué debo hacer?; el otro, sin abrir la boca, respondió con una mirada interrogativa, ya que ni siquiera él sabía que sería mejor: seguramente no dar importancia a lo ocurrido, considerando la reacción que había tenido lugar, haría que la situación fuese menos problemática, antes que mostrar la vergüenza requerida por la persona que había tenido el valor de dar ese grito en público en el interior del aula de un tribunal.

Finalmente, Pagliarini se levantГѓВі de la silla usada para los interrogatorios y fue hacia su abogado andando lentamente, pero sin mostrar signos de hacer entender al anГѓВіnimo chillГѓВіn de haber dado en el blanco.

La audiencia finalizГѓВі sin una resoluciГѓВіn definitiva, a la espera de otra sesiГѓВіn.

El abogado escoltГѓВі a su asistido hasta la salida para evitarle episodios desagradables similares al que habГѓВ­a ocurrido en la sala, entonces le dijo que se verГѓВ­an de nuevo en breve para decidir cuГѓВЎl lГѓВ­nea de defensa seguir en la siguiente audiencia.



El inspector Zamagni y el agente Finocchi fueron juntos a hablar con el empresario que habГѓВ­a contratado a Lucia Mistroni.

La muchacha trabajaba en la Piazzi & Co. como empleada de oficina y se ocupaba de la contabilidad.

Cuando hablaron en la recepciГѓВіn, a los dos los hicieron sentar en butacas de piel que estaban enfrente del mostrador y, pocos minutos mГѓВЎs tarde, los recibiГѓВі el titular de la empresa.

Era un hombre de unos cincuenta aГѓВ±os, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostrГѓВі feliz de ayudar a los funcionarios de policГѓВ­a en el desempeГѓВ±o de sus funciones.

“¿De qué os ocupáis?” preguntó Zamagni

“Importación-exportación de artículos diversos.” dijo el hombre.

“¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacía mucho tiempo?”

“No recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.”

Zamagni e Finocchi asintieron.

“¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?”

“Por cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.”

“Comprendo”, dijo el inspector.

“¿Nos sabría decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?” preguntó el agente Finocchi, “Quiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.”

«Siempre fue una persona bastante reservada.»

“¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?”

“Me llegó la noticia de que se había prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquí. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.”

Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les habГѓВ­a dicho nada parecido y quizГѓВЎs tendrГѓВ­an que profundizar sobre este tema.

Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambiГѓВі con ГѓВ©l la tarjeta de visita, y despuГѓВ©s salieron.


14



A la maГѓВ±ana siguiente Zamagni recibiГѓВі una llamada de la PolicГѓВ­a CientГѓВ­fica para darle informaciГѓВіn adicional sobre Lucia Mistroni: anГѓВЎlisis hechos en profundidad habГѓВ­a revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidiГѓВі explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueГѓВ±o, pero que en dosis excesivas podГѓВ­a dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.

“Por lo tanto la muchacha podría haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.”

“Sí. En realidad es posible otra hipótesis.”

“¿Cuál?”

“Hay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocía a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podría haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y… ¡patatrac! ”

“No podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.”

Terminada la conversaciГѓВіn telefГѓВіnica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las ГѓВєltimas noticias recibidas.

“Parece que el caso se está complicando cada vez más,” dijo el agente.

El inspector asintiГѓВі.

“¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podría haber deseado…”

“¿Suicidarse?”

“Sí.”

“¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?”

Ambos quedaron pensativos, así que Zamagni dijo, aunque de mala gana: “Quizás deberíamos volver al principio.”

“¿En qué sentido?”

“Volver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.”

“Ya entiendo”, dijo Finocchi.

“No hay tiempo que perder,” le exhortó el inspector, “Reseteemos y partamos de cero.”




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